Reflexionamos con un caso ejemplo la aplicación y el tipo de personas que se benefician de este tipo de técnica con una crítica mindfulness constructiva. Hemos visto en un artículo previo cuáles son los fundamentos de la atención plena y sus importantes usos, pero aquí llegamos a la conclusión es que el entrenamiento en atención plena no está al alcance de todo el mundo, como pasa con cualquier técnica psicológica, y que cualquier planteamiento del tipo generalista que avale su validez pese a la persona y a su circunstancia debe ser revisado.
Marta era una diseñadora de éxito. Desde siempre su vida laboral había experimentado algún que otro altibajo, pero ahora, al fin, podía sentirse satisfecha porque tenía encargos suficientes como para que su nombre empezase a sonar entre los representativos de su sector.
Marta era una persona enérgica y polifacética. Le gustaba su trabajo en el mundo del diseño, pero también disfrutaba en su tiempo libre con sus muchas aficiones. Apreciaba tocar la guitarra, disfrutaba muchísimo con sus habilidades culinarias, pertenecía a una asociación vinculada con la fotografía, y adoraba leer libros de ensayo. Era una mente inquieta y permanentemente ocupada.
Últimamente el estrés le había jugado alguna que otra mala pasada y el ajetreo diario, unido a las malas comidas y a sus horarios caóticos, hicieron que su salud se resintiera y necesitara poner un poco de freno a su extraordinaria actividad.
Una persona de su confianza supo enseguida que su mente necesitaba un respiro y le hizo ver que con tanto plan y con tanto proyecto se estaba perdiendo las cosas buenas del día a día, y también le dijo que necesitaba aprender a valorar el aquí y ahora, porque vivimos en el presente y hay personas que, como ella, se pasan la vida en el futuro o, lo que es peor, pasan horas escarbando en el pasado viéndoselas con pensamientos y emociones ce corte negativo que aportan cualquier cosa menos felicidad.
La solución mindfulness era la opción. Este conocido la convenció de integrarse en un grupo de personas que practicaban una especie de meditación que buscaba centrarse en el presente con aceptación abierta y sin juicios. Le explicó que el mindfulness no es propiamente una técnica de relajación, pero que le ayudaría a ver la vida de otro modo y le enseñaría la importancia de disfrutar del momento presente.
Marta accedió emocionada. Había pasado toda su vida disfrutando de las cosas buenas que le había proporcionado la actividad de su cerebro inquieto, por lo tanto, había llegado el momento de mimar su mente. La mejor forma: centrarse en su funcionamiento para aprender a vivir en presente. Además todo esto suponía una novedad en su vida, y Marta adoraba las novedades.
Pronto se integró en el grupo y al empezar a practicar empezó a notar cosas muy curiosas. Su mente, puesta en punto muerto como ella decía, se llenaba de planes, soluciones, imágenes de proyectos, dificultades inesperadas del trabajo, emociones negativas con determinados clientes, más planes, proyectos de recetas, detectaba errores en la receta del pastel del sábado, se le pegaban melodías de su clase de guitarra y las escuchaba con claridad en su mente, recordaba asuntos pendientes no anotados en la agenda, ideaba el modo de cambiar el formato entero de determinado diseño…
Su mente estaba educada y entrenada para divagar, planificar, crear, recordar, inventar, descubrir e ir más allá del momento presente. El tiempo que podía permanecer sin enredarse en un plan o proyecto mental lo estableció en un máximo récord de 15 segundos. A partir de ahí no había registros en su memoria de que hubiera hecho nada de lo que le había sugerido su monitor de mindfulness.
Vivir el momento presente es importante, pero espectacularmente aburrido para una mente creadora. El sonido de los pájaros es hermoso, y el sonido del viento, como el rojo de las flores o el olor del azahar. Notar cómo la mente se asienta es conmovedor, y tomar conciencia de la propia mente es una experiencia maravillosa. Pero estas vivencias de innegable valor deben competir con la habilidad que nos hace más humanos, que es la capacidad de pensar, imaginar, trascender, volar al futuro y volver al pasado. Hay personas que tienen claro el resultado de este balance en tanto que prefieren volver su mirada a su realidad más presente, pero, ¿está claro que esta condición es la ideal para todo el mundo?
La actitud meditativa es un regalo para con uno mismo que en determinadas mentes, por el contrario, supone una actividad bastante desagradable, y no me refiero a gente que no quiere enfrentarse con su yo más íntimo, o gente con problemas psicológicos que eluden la introspección. No hablo, pues, de personas con problemas. Se trata de individuos sanos como los que detectó el estudio del profesor de la universidad de Virginia Timothy Whilson, quien lo constató en un una serie de estudios científicos publicados en la prestigiosa revista Science.
Whilson investigaba la actividad por defecto de la red neuronal que se activa en ausencia de actividad física y mental. Intentaba demostrar también que las personas reflexionan mejor de forma espontánea, antes que sentándose a pensar. Algo que en mi opinión no requiere ningún estudio, pero que en este caso se decidió comprobar de modo experimental.
En este estudio descubrió que, al parecer, si se ofrece a gente corriente elegida al azar escoger entre dos alternativas consistentes, por un lado en permanecer en una habitación completamente vacía retirados con la única distracción que sus propios pensamientos por un espacio de entre 8 y 15 minutos, y por otro, recibir una descarga eléctrica de baja intensidad qué ellos previamente habían valorado como desagradable, el 67% nada menos de los hombres prefería la descarga. En el caso de las mujeres el porcentaje se reducía al 25%.
Según se desprende del estudio, la gente prefiere hacer cualquier cosa, aunque sea intrascendente, antes que vérselas con sus propios pensamientos. Esto es importante de cara a determinar qué paciente es idóneo para qué tratamiento. Lo contrario es caer en planteamientos del tipo panacea que tanto gustan en determinados sectores. En general, el ámbito de la atención plena no se escapa precisamente de la falacia de creer en la validez universal de los procedimientos. En una palabra: lo que es bueno para mí no tiene por qué ser bueno para todos, y es evidente que hay cabezas desbocadas que han nacido para cabalgar, por lo que sería un absurdo intentar domarlas al modo mindfulness.
Marta derivó su toma de contacto con la práctica mindfulness hacia otras técnicas de imaginación guiada que, en principio, subjetivamente le resultaron mucho más valiosas e interesantes. Dado que su imaginación se desbocaba y era incapaz de observar sus ideas para abandonarlas y reconducirse hacia el presente, opto por reorientar sus ideas hacia ejercicios de imaginación guiada. Estuvo un tiempo practicando, pero aquello tampoco funcionó. Pronto descubrió que la mejor forma de utilizar su imaginación era dejarla libre y disfrutar de ella, y concluyó que para paracticar mindfulness hay que tener una mente mindfulness, o dicho de otra forma, el practicante de la atención plena no se hace, sino que nace, y ella había nacido para otra cosa.
¿Estás de acuerdo con ella?
Crédito de la foto principal para crítica mindfulness: tocar paz fotografía a través de Compfight cc